La historia de las empresas públicas en Bolivia

En los últimos años, cuando se habla de empresas públicas, siempre, sin temor a equivocarme, la discusión es coyuntural. De hecho, en las últimas semanas, el tema ha vuelto a las páginas de prensa a partir de cuestionamientos por las fuertes caídas en los resultados de las mismas y, en contra partida, de defensas con argumentos ideológicos antes que económicos.

Sin embargo, la historia de las empresas públicas en Bolivia es larga y presenta características que escapan a lo coyuntural. Uno de los hechos principales sobre las empresas públicas en el país, al margen de las formas legales y el tamaño de las mismas, es que siempre han estado presentes en el periodo que hace al libro. De hecho, desde 1900, no existe ni un solo momento en el que no se registren empresas estatales, aun en el llamado periodo neoliberal (1986 – 2006), cuando YPFB seguía siendo parte del Estado, junto con un gran número de empresas dedicadas a la provisión de servicios públicos.

Esto nos lleva a un segundo elemento recurrente en la historia de los emprendimientos estatales: su constante relación con el destino del sector extractivo (antes minería, hoy gas), ya sea porque las rentas de los recursos naturales son la fuente de financiamiento de las empresas del Estado (COMIBOL fue la origen de los recursos para la CBF mientras que hoy es YPFB), o porque son el elemento central en torno al cual se desarrollan las actividades estatales.

Pero quizás la regularidad más dura que se observa a partir del análisis histórico tiene que ver con la falta de planificación en la creación de las empresas estatales. En el caso de COMIBOL, por ejemplo, se constituye la empresa a partir de los activos nacionalizados a los Barones del Estaño, los cuales solo eran físicos, ya que el capital financiero no se había tocado. En consecuencia, los inicios de la COMIBOL fueron muy poco productivos, al punto tal que el mismo Víctor Paz admitía que su creación fue una medida política antes que económica.

La historia de YPFB no es muy diferente, ya que se crea solo cuatro meses antes de la expropiación de las explotaciones de la Estándar Oil en el sur del país, a partir del fraude al Estado boliviano en la declaración de los volúmenes de petróleo exportado a la Argentina, con un capital inicial de cinco mil dólares, que apenas alcanzaban a cubrir el alquiler de una oficina y la compra de algunos equipos de comunicación.

En el caso del LAB, su nacionalización (solo de forma se puede decir, ya que el Estado ya era accionista mayoritario en la misma) se da a partir de presiones externas, ante la emergencia de la segunda guerra mundial y el bloqueo de los Estados Unidos al desarrollo de emprendimientos con capitales alemanes. Las presiones corporativas internas también tuvieron y tienen un rol esencial en la creación de las empresas estatales.

Ahora bien, así como hay regularidades también se pueden identificar algunas diferencias, sobre todo con el actual periodo, ya que en el pasado, la presencia de empresas estatales en la economía nacional siempre ha sido relevante para el desarrollo del sector privado, lo que contradice en gran medida los argumentos en contra de ellas. Esto era así porque a veces las empresas estatales tenían un enfoque de fomento, creadas para ayudar a desarrollar una cadena o sector (una buena parte de la agroindustria, por ejemplo, nace a partir de impulsos estatales).

Mientras que en otras ocasiones, y no pocas, las empresas del Estado se asociaban directamente con el capital privado, ya sea como inversionista o garante. Ejemplos de esto son los inicios del LAB, los ferrocarriles o la propia banca, en la cual, a principios del siglo XX, el Estado solía participar como socio de entidades financieras privadas que hoy serían el equivalente a mutuales de vivienda o de microcrédito.

Hoy por hoy, gran parte de las empresas públicas funcionan para competir contra el sector privado. BOA, ENTEL y ENATEX son ejemplos de eso, algunas con más éxito que otras, pero todas, con el mismo enfoque: desplazar al sector privado buscando, siempre, posiciones monopólicas.

En momentos de inflexión económica como este, es necesario aprender algunas lecciones de la historia. La primera de ellas es que pretender que el desempeño de las empresas estatales, hoy, no se vea afectado por las caídas en los precios de los hidrocarburos es un error casi tan grande como el tratar de competir con el sector privado. Los mayores éxitos del emprendimiento estatal se dieron cuando este estaba destinado y enfocado para el desarrollo del sector privado.

Esto también es una llamada de atención para quien se opone a la actividad estatal per se. El desarrollo de sectores “exitosos” hoy, y que en su momento requirieron de innovación, capital de riesgo e infraestructura, como la agroindustria y algunas industrias de alimentos, no se puede entender sin los aportes de empresas del Estado que luego fueron transferidos al sector privado.


En este sentido, una última gran lección que nos arroja la historia de las empresas públicas es la de no tenerle miedo la necesaria y constante evaluación. Tanto en el sector público como en el privado existen emprendimientos que fracasan, lo importante es saber identificar hasta que punto se puede sostener ese fracaso. En el pasado, se mantenía con vida proyectos estatales deficitarios a costa de préstamos, emisión monetaria y déficits fiscales que solo se visibilizaban cuando el régimen y el discurso imperante cambiaban, con consecuencias nefastas para la economía.

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