El 50/50 y lo importante de la economía
Estamos a ocho semanas de las elecciones generales y parece que el tema principal de la campaña se ha centrado en la discusión sobre las rentas de los hidrocarburos. Hábilmente, desde mi perspectiva, el Gobierno ha sobredimensionado esta discusión, explotando de nuevo los sentimientos de soberanía tan arraigados en nuestra población, para evitar hablar sobre los otros grandes problemas de la economía.
El 50/50 es, sin duda, una menor proporción de la torta que la que ahora captura el Gobierno, que tampoco es 82% y que tampoco fue logrado por este gobierno (según cálculos de Mauricio Medinaceli están en el orden del 65% y la Ley 3058, base del actual esquema de tributación, fue aprobada en el 2005); sin embargo, si como sociedad nos enfrascamos en esta discusión, nos estamos quedando con una muy pequeña parte de todo lo que hay que discutir.
No sólo por lo complicado que puede ser el establecer impuestos sobre los recursos naturales, sino porque una de las reglas básicas, si se quiere lograr desarrollo a través de la explotación de recursos naturales, es transformar esta riqueza en otra, es decir, no gastarla, sino más bien invertirla en el desarrollo de nuevas capacidades.
En esta línea, tras ocho años de gobierno, la inversión, al primer trimestre del 2014 (el último dato disponible) ha estado por debajo del 20% del PIB, cifra que sigue estando cercana a los promedios históricos y muy por debajo de los indicadores de los países en desarrollo, los cuales invierten entre 30 y 35% del PIB o de los países desarrollados, cuya inversión se encuentra en el orden del 25% del PIB.
En otras palabras, aún cuando en términos nominales las cifras han crecido considerablemente, los precios y los costos también, por lo que en términos reales, el peso de la inversión sigue más o menos igual.
La composición del aparato productivo es otro problema serio, ya que la industria, a finales del 2013 representaba sólo el 9,9% del total del PIB; mientras que en el 2006 era de 11%, es decir, la industria hoy es 13% menos de importante que lo que era al inicio de esta administración de gobierno.
En contrapartida, las actividades extractivas han pasado de representar un 11% en 2006 a algo más del 15% en el 2013, lo que puede parecer relativamente poco, pero que implica en realidad un crecimiento de más del 35%.
Si bien el desempleo, según las autoridades, está en el orden del 3,2%, el más bajo de la región, su caída no se debe enteramente a la creación de más y mejor empleo, sino más bien a la informalización de la economía, que está en el orden del 80%, al crecimiento de sectores como el comercio y la construcción, que si bien ayudan a la dinámica interna no pueden generar crecimiento sostenible por si solos y, claro está, a la migración, que además tiene un beneficio extra para la danza de los buenos indicadores macro, ya que en muchos de los casos los trabajadores dejan a sus familias en el país, por lo que a mayor migración, mayores remesas y por lo tanto mayor consumo.
En otras palabras, una buena parte de la dinámica interna, que es uno de los motores de la economía que el actual Gobierno sostiene que ha activado, se debe, más bien, a una salida casi obligada de miles de bolivianos de sus hogares, a un altísimo costo social, ya que el núcleo familiar se encuentra disgregado.
Obviamente, en un contexto como el que hemos descrito, las exportaciones están cada vez más dominadas por los recursos naturales, ya que el 2013 más del 80% de las mismas fueron gas o minerales, mientras que las manufacturas llegaron a representar sólo un 7%, menos de la mitad de lo que representaban al inicio de este gobierno.
En este sentido, la discusión sobre la distribución de las rentas de los hidrocarburos es importante, pero no es lo único importante. El problema es que la política no siempre trata de lo importante, sino de lo que reditúa a los candidatos. En este punto es donde el electorado decide.
Artículo publicado en Página Siete y Asuntos del Sur
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