El camino de la industrialización y otras novedades de museo

Ahora que estamos en épocas electorales, una de las cosas que ha quedado en claro, tanto para simpatizantes de uno u otro lado, es que la base del desarrollo que proponen todos los candidatos parte de la continuidad de la explotación de los recursos naturales (algo que hacemos como país desde 1825) y la consiguiente industrialización (lo que sería la novedad). Claramente, una perspectiva demasiado nostálgica por no decir limitada.
Me explico. Hirschman, un gran economista alemán, sostenía que el subdesarrollo era una situación de equilibrio donde convivían múltiples círculos viciosos que consumen o subutilizan los recursos de una sociedad. Por lo tanto, para superar el subdesarrollo había que migrar hacia círculos virtuosos, que jalen los recursos o habilidades de la sociedad que están mal utilizados, escondidos o desperdiciados.
En esta línea, lo que él proponía era movilizar la inversión, secuencialmente, en la "dirección correcta” para que genere crecimiento económico.
A esta secuencia la denominó "encadenamientos”, que podían ser hacia atrás, para reemplazar los insumos que la industria local antes importaba (el corazón de la conocida política de sustitución de importaciones impulsada por la CEPAL en los años 60); o hacia adelante, es decir, de beneficiación produciendo materias primas o insumos que son muy caros o escasos y que pueden fomentar el desarrollo de nuevas industrias (la base de la actual política de industrialización del gas).
Y es aquí donde entramos en la realidad. Hirschman desarrolló sus ideas en un contexto completamente diferente al de hoy en día, ya que el mundo salía de la Segunda Guerra Mundial y los países, que empezaban a crecer rápidamente, estaban apoyados en la industria pesada y en serie, mientras que la velocidad del desarrollo tecnológico, que si bien generaba muchas expectativas sobre el futuro (al punto tal de inspirar a la literatura a imaginar utópicos años 2000), no es ni de cerca la que observamos hoy en día, aún cuando no hayamos logrado las utopías soñadas.
Aquí, alguien podría decir que la industrialización es una idea acertada, ya que si uno observa a las grandes economías del mundo, todas tuvieron, o al menos parecen haberlo hecho, un proceso de industrialización que pasó  de la industria liviana a la pesada en etapas claramente diferenciadas (entre ellos Corea, Japón y la segunda generación de tigres asiáticos: India, Malasia, Taiwán), donde la presencia de recursos naturales (en el caso donde existió) no ha sido negativa.
Sin embargo, difícilmente el futuro va a repetir el pasado, y mientras los grandes esfuerzos de nuestras autoridades se enfoquen más en la industrialización que en la economía del conocimiento, el tiempo que nos ha comprado este auge de las materias primas se va a acabar.
Básicamente porque el desarrollo basado en la industrialización fue posible gracias a largas jornadas laborales, bajos salarios, debilidad de los sindicatos y precariedad laboral, todas ellas condiciones difíciles de aceptar hoy en día.
Entonces, la pregunta en este punto es, ¿cómo logramos crecer sin industrializar? Y la respuesta es simple: a través de los servicios. Pero no los servicios primarios, a los que los partidarios de la industrialización subestiman sosteniendo que generan trabajos precarios, de baja calificación y remuneración y, por tanto, de bajo valor agregado (casi un señalamiento al comercio y más específicamente al comercio informal), sino más bien a servicios, donde el capital humano es la parte más importante del capital y la que se lleva por consiguiente la mayor parte de la retribución.
Estos servicios pueden estar en torno a la educación, informática, turismo, logística y otras tantas "industrias” creativas relacionadas al diseño y desarrollo, que apoyadas por un buen andamiaje de infraestructura para la comunicación, pueden permitirnos explotar los beneficios de la globalización, la red y el proceso de tercerización que se está dando en el mundo.

Artículo publicado en Página Siete y Asuntos del Sur

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