El gasolinazo, un dilema entre el corto y el largo plazo


Desde el acto fallido de 2010 la palabra “gasolinazo” encuentra de tanto en tanto un espacio en nuestra vida cotidiana. Evidentemente el problema no es menor, quitar el subsidio a la gasolina implica inevitablemente un incremento en la gran mayoría de los precios de nuestra (pobre) economía, mantenerlo implica seguir agrandando el hueco fiscal del que nos enteramos recientemente y en el medio están los cálculos políticos y la estabilidad social.
Pero también hay otro problema, uno de bienestar intertemporal. Me explico, en el corto plazo los efectos de un gasolinazo son bastante simples de preveer: si los precios en una economía suben las cosas en casa se ponen peor, simplemente porque los hogares más pobres gastan básicamente en tres cosas: alimentos, transporte y educación. Y si bien todos los gastos de un hogar se hacen mes a mes, los beneficios de uno u otro difieren en el tiempo: poner comida en el plato de nuestros hijos todos los días tiene un impacto directo y fácil de observar en el bienestar de nuestra familia, en cambio, los beneficios de la escuela de los niños se verán solo dentro de diez o más años.
Es precisamente a partir de esta diferencia entre los “gastos” que se presenta el dilema en una economía subsidiada, ya que si bien a todos nos gustan los precios bajos a la hora de ir al mercado, nos es más difícil ver que esos mismos precios bajos dejan a nuestros hijos en desventaja cuando les toque competir en el mundo cada vez más globalizado. La razón de esta afirmación es bastante simple: la educación cuesta y la buena educación cuesta aún más.
Para explicar esto es mejor un ejemplo: si usted en los últimos dos años ha salido de Bolivia ha sufrido el shock de la Coca-Cola a dos o más dólares, el taxi a cincuenta y un almuerzo en al menos veinte billetes verdes ¿es que el mundo se ha vuelto loco? Pues no, es que simplemente el mundo refleja la realidad, los precios han subido, sobre todo el de la energía y junto con este precio el de todos los demás bienes, incluida la educación.
Por lo tanto la cuestión es bastante simple, la brecha entre lo que cuesta la buena educación en cualquier parte del mundo y lo que usted o yo o cualquier otra persona en Bolivia gana es cada día más grande. Pero esto no acaba acá, porque con los precios altos también vienen los salarios altos, eso significa que los mejores profesionales, técnicos y obreros de nuestro país poco a poco verán que emigrar es un buen negocio.
La cuestión al final del día, es que no solo se subsidian gasolina, garrafas, azúcar o arroz a nuestros vecinos, en el corto plazo también se subsidia educación y se exporta algo bastante difícil de renovar: talento. El problema surge en el largo plazo, cuando la generación que viene vea prácticamente imposible alcanzar mejores niveles de educación, por una simple cuestión de poder adquisitivo.
Así que señores y señoras, la pregunta no es si mantener o no el subsidio a la gasolina, la pregunta es cómo quitar el subsidio evitando el dilema entre el corto y el largo plazo (en otras palabras entre el precio de los alimentos, transporte y demás bienes para hacerlos accesibles para los más pobres y precios coherentes con el contexto mundial de bienes tan importantes como el de la educación).
Este dilema no es exclusivo de Bolivia, países como Venezuela, Chile e Irán están enfrentando la misma situación y cada uno está intentando manejar esto a su manera, sin embargo existen algunos rasgos comunes a los casos exitosos (particularmente el de Irán). Bonos correctamente dirigidos (a hogares y empresas), financiados con parte del ahorro del subsidio explican en gran medida el éxito de este país en su “gasolinazo”. Para finalizar, un programa de bonos efectivo requiere de información sobre los hogares y empresas, probablemente esa sea la primera tarea para el gobierno actual.
(Agradezco a Mauricio Medinaceli por compartir la información sobre el caso de Irán) 
Articulo publicado en Página Siete

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