El qué y para que del crédito (¿productivo?)
De un tiempo a
esta parte estamos presenciando una fuerte discusión sobre la necesidad de
“crédito productivo”, fundamentada en la concepción de que el crédito es una
suerte de pomada mágica que cura todas las deficiencias de nuestra economía.
Con crédito lograremos despertar nuestro espíritu emprendedor e innovador, lo
que hará que cada uno de nosotros se convierta en un pequeño empresario,
saldremos así de la pobreza y cada uno de nosotros será dueño de sus propios
medios de producción. Nada más alejado de la verdad.
En primer
lugar porque los emprendimientos deben ser empezados con capital y ese capital
debe ser, por definición, poseído por el emprendedor, al menos en una mínima
parte. Esta afirmación que resulta algo descarnada cuando pensamos en la
infinidad de buenas ideas de negocio que no se llevan a cabo por falta de
capital tiene dos fundamentos importantes: el primero está en la señal de
compromiso que se debe mostrar con el éxito del negocio, ¿si el emprendedor no
arriesga parte de su patrimonio en busca del éxito como espera que un banquero
lo haga por él? O incluso más importante, ¿Qué tan factible es sostener un
negocio endeudado desde el principio?
El segundo
fundamento está en la imposibilidad de una entidad financiera para mirar el
futuro. Ante esta imposibilidad el riesgo que se asume cuando se emprende una
nueva empresa es bastante alto y esto obviamente se debe reflejar en las tasas
de interés. Sin embargo esto lleva a una contradicción, ya que si a un nuevo
emprendimiento, sin cartera de clientes, sin prestigio comercial ni mercado le
exigimos de entrada altas tasas de interés es muy probable, que por muy buena
que sea la idea, el negocio este destinado a fracasar. La solución entonces no
está en el crédito, sino en muchas otras formas de financiamiento más acordes
para este tipo de situaciones (capitales semilla, private equity, bonos, etc.).
En segundo
lugar, el crédito no es la panacea del desarrollo productivo, sobre todo para
economías tan heterogéneas como la boliviana, por una sencilla razón, muchos de
nosotros necesitamos crédito por muchas razones muy diferentes a la actividad
productiva ¡lo que no está mal! Por ejemplo, un productor agropecuario recibe
ingresos fuertes entre una y tres veces al
año, pero debe afrontar los costos mensuales que todos nosotros enfrentamos.
Por lo tanto debe administrar este ingreso de forma tal que pueda reproducir su
ciclo de producción a la vez que cubra los costos de vida de su familia.
Ahora bien, supongamos
que la inflación del periodo posterior a recibir esos ingresos es alta, o peor
aún, que hubo sequía. ¿Qué pasa si estamos en un esquema de créditos dirigidos,
digamos, exclusivamente a la actividad productiva? Pues bien lo que el
productor hará es mentir, ya que encontrara la forma de financiarse aduciendo
actividades productivas para cubrir algo mucho más importante para el en ese
momento, el consumo diario de su familia. Al fin y al cabo el y su familia
deben llegar bien alimentados a la próxima época de siembra, sino no importan
cuanta semilla y tierra tengan si ellos no son capaces de trabajarla.
¿Cuál es la
conclusión de esto? La primera de ellas es que tratar de utilizar al crédito
como una herramienta para la que no fue creada puede llevar a más problemas de
los que resuelva, recuerde usted que el sistema financiero usa el dinero de las
familias para financiar a las familias, por lo que la responsabilidad de
diseñar buenas políticas en este sector es enorme. En segundo lugar hay que
tomar en cuenta que si bien el desarrollo basado en actividades productivas y
que agreguen valor es importante, no podemos olvidar que las familias tienen
mucha más información sobre sus gustos y necesidades que cualquier hacedor de
política, por lo que la libre disponibilidad del crédito no solo es una
necesidad para las familias, sino una de las mejores y menos costosas opciones
de política que cualquier burócrata puede tomar.
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