Botellas PET, falta de ciudadanía y estatismo

Hace unos días, en Bolivia, se conoció un proyecto de ley, que ya está siendo tratado en la asamblea, referido a una retención por la comercialización de bebidas envasadas en botellas PET. Este proyecto de ley, cuyo principio fundamental es el de atacar el serio problema de la contaminación generada a partir del escaso reciclaje de estos envases, establece un mecanismo de retenciones (cuasi impuesto) a los productores y/o comercializadores en función del volumen que pueda contener un determinado envase.

Ahora bien, más allá del noble propósito de dicho proyecto de ley, este contiene una serie de problemas en su aplicación, que van desde la dificultad de identificar a los comercializadores de bebidas importadas, más en una economía con los altos niveles de contrabando como la nuestra, lo que a su vez lleva a problemas de asimetrías en la aplicación de dicha norma, pues será más fácil aplicarlo solo a las embotelladoras legalmente establecidas, creando más cargas económicas a quien, como menciona el proyecto, ya soporta grandes cargas regulatorias.

Sin embargo, el principal problema no es ninguno de los anteriores. El principal problema con esta norma es que es un parche, como tantas otras normas, a la falta de ciudadanía que históricamente se ha observado en el país. Me explico, el principal agente contaminante no es la industria, al menos en este caso, sino más bien todos los ciudadanos que optamos por tirar dichas botellas en cualquier lugar, deshaciéndonos de nuestra basura y transfiriendo el problema de la contaminación a alguien más.

Basta con ver las calles de las ciudades o mejor aún, las carreteras y áreas rurales, donde a las orillas de los caminos se van acumulando los desechos de no pocos individuos, que ante la incomodidad de la botella ya utilizada opta por lanzarla a cualquier lugar. En ese contexto, el proyecto de ley no hace otra cosa que afianzar el criterio ciudadano, bajo el cual los costos que generamos con nuestra falta de ciudadanía (una externalidad negativa podría decirse), deben ser transferidos a cualquier otro actor de la sociedad (la norma también prohíbe a las embotelladoras el incremento del costo a causa de la aplicación de esta retención). En pocas palabras: demandamos mejores condiciones, sin estar dispuestos a pagar por ellas.

Pero esto se torna aun peor, ya que este tipo de legislación, que es cada vez más frecuente, solo es factible en un contexto donde el Estado tiene el “musculo” necesario para aplicar estas reglas de juego tan asimétricas. Por lo tanto, una clara conclusión es que mientras menos educados estemos, como ciudadanos, más espacio se le otorga al Estado y al gobierno de turno, para ejercer medidas injustas, y eventualmente, coercitivas sobre determinados actores de la sociedad.

Esto en principio puede parecer una situación óptima, ya que cualquiera que siga desechando sus botellas, sin conciencia ambiental, podrá seguir haciéndolo sin recargo alguno, mientras todos disfrutaremos de un medio ambiente más limpio. Sin embargo, lo que en realidad  sucede es que hay alguien que debe asumir el costo de la recolección y reciclaje, costo que muy probablemente ira incrementándose con el tiempo, pues el agente que contamina, ese “no-ciudadano”, amparado por el Estado “protector”, no tiene ningún incentivo para educarse y dejar de ejercer externalidades negativas sobre el resto de la sociedad.

La pregunta por lo tanto es ¿qué sucede cuando el que paga ya no puede pagar más? Pues bien, la respuesta es simple: el Estado buscará a otro para que pague, el problema es que este esquema es perverso, ya que ese “no-ciudadano” deberá darle más poder al Estado para que obligue a pagar a otro agente los costos que este genera. Y aquí viene la tragedia: eventualmente, el Estado será tan grande y poderoso, que podrá obligar a pagar también a ese “no-ciudadano”. Lamentablemente, esta situación solo se dará cuando ya se haya destruido la capacidad productiva de todos los demás actores de la economía, y el problema inicial, en este caso la contaminación por las botellas PET desechadas en cualquier lugar, seguirá ahí.

Articulo publicado en el periodico Los Tiempos

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