Pacto fiscal y rentismo
En 1990 los
impuestos a la propiedad de bienes muebles e inmuebles representaban el 7% del
total de la recaudación impositiva en Bolivia, mientras que en el 2012 su
participación había caído a casi 0,1%. En el mismo periodo, la participación de
los impuestos a los hidrocarburos pasó del 13,1 al 28,1%.
¿Por qué este
dato es relevante?, pues bien, porque ambos están directamente relacionados a
los ingresos de los gobiernos subancionales del país. Los impuestos a la
propiedad de bienes se constituyen, para la mayoría de las alcaldías, en la
principal fuente de recursos tributarios recaudados directamente, mientras que
los impuestos a los hidrocarburos (y a los minerales también) son
coparticipados en función de una regla de distribución territorial a gobiernos
subnacionales y universidades, donde aquellos departamentos que tienen
yacimientos explotados reciben mayores recursos que aquellos departamentos “no
productores”, regla reforzada a partir de una nueva ley de hidrocarburos promulgada
en el año 2005.
Esta reforma
legal estaba impulsada por el extraordinario incremento en los precios de los
hidrocarburos y su principal objetivo era el de capturar la mayor cantidad
posible de las rentas provenientes de la exportación de gas a Brasil y
Argentina, ambos, proyectos que se habían gestado durante al menos dos décadas.
En este contexto, uno de los efectos más notorios es el continuo incremento de
la dependencia de los gobiernos departamentales y municipales de las transferencias
de estos recursos.
Como ejemplo
basta mencionar que mientras que 1990, en promedio, por cada peso boliviano que
se recibía por concepto de transferencias provenientes de las rentas de
recursos naturales y programas de alivio de deuda, los gobiernos subnacionales
recaudaban 2,4 bolivianos de ingresos propios, en tanto que en el 2012 esta situación
se ha invertido, ya que por cada 1 boliviano de transferencias que se reciben,
estos mismos gobiernos solo recaudan 0,9 bolivianos por ingresos propios.
Además, esta
dependencia se ha visto aún más complicada por la forma de distribución de las
rentas y transferencias. En particular, el criterio de distribución bajo
criterios territoriales y no así poblacionales, ha hecho que las regiones
muestren graves asimetrías en cuanto a sus capacidades de gestión y provisión
de servicios públicos, dificultando la diferenciación de las administraciones
eficientes de aquellas que no lo son.
En este contexto
ha resurgido, en Bolivia, la discusión respecto a la necesidad de un nuevo
pacto fiscal, que más allá de girar en torno a establecer los criterios de
negociación y cumplimiento de metas entre la sociedad en general (que percibe
los bienes y servicios públicos), los actores productivos (que soportan la
carga impositiva) y el Estado, se ha centrado en los esquemas de redistribución
de las rentas petroleras, convirtiendo al debate sobre el pacto fiscal en una
discusión rentista, donde los gobiernos subnacionales actúan como un ente
rentista más.
Esto pone en
peligro la sostenibilidad del proceso autonómico, toda vez que mientras que la
descentralización administrativa buscaba un mayor y mejor control de la
ciudadanía sobre el sector público, al otorgarle más funciones a los niveles de
gobierno más cercanos, la mayor dependencia de recursos provenientes de las
rentas petroleras que no están relacionados al esfuerzo tributario de su
población, profundiza la dependencia fiscal de estos gobiernos respecto al nivel
central, reduciendo la importancia del ciudadano ante estos niveles de gobierno
y por lo tanto debilitando todavía más la institucionalidad del país.
Este punto de
vista, mostrado en una reciente publicación de la Fundación Milenio, nos lleva
a replantear los criterios bajo los cuales se lleva adelante la discusión. Por
un lado, el gobierno central propone un aplazamiento de la misma hasta después
de las elecciones de octubre, ya que probablemente esto implicaría una pérdida
de control sobre estas rentas, además de generar fricciones entre las
diferentes regiones, poniendo en peligro sus perspectivas electorales.
Por otro lado,
los gobiernos regionales ven en este esquema electoral una oportunidad para
capturar más recursos para sus regiones, donde el criterio de la soberanía
nacional sobre los recursos naturales (uno de los principales pilares
electorales de la actual administración de gobierno) es entendido y utilizado
desde una óptica estrictamente regional. En tanto, la sociedad en general no ha
entrado aun en esta discusión, por lo que factores claves para establecer un
verdadero pacto fiscal, como es el cómo y cuánto está dispuesta a pagar la
sociedad por los bienes y servicios públicos que recibe, no se han definido
aún.
Articulo publicado en Pagina Siete y Asuntos del Sur
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