Sobre la canasta de 8.300 Bs., el 6% y otros calóricos conceptos
Como todos los años, abril se ha
convertido en el mes de la discusión salarial y como todos los años, las idas y
venidas de cifras y conceptos mal manejados nos dejan al final con una
definición unilateral tomada por el Gobierno, que solo se basa en una parte de
la historia y que para la mayoría de los sectores que realmente producen
resulta arbitraria. En este salpicón de cifras y explicaciones, el 2017 hemos
llegado al absurdo.
Me explico: cuando la COB planteó allá por
el 2013 un salario mínimo de 8.300 Bs. lo hizo en base a una canasta básica de
consumo para una familia promedio en Bolivia, en otras palabras, esto es lo
que, según la COB, necesita una familia para vivir mes a mes, cubriendo
absolutamente todos lo gastos en los que usted, yo o cualquier otra persona
deben incurrir para estudiar, comer, trabajar y etc.
En honor a la verdad, y más allá de las
observaciones técnicas que se le puedan hacer a este estudio (representatividad
de la muestra que se usó para su estimación, falta de diferenciación en los
patrones de gasto, efectos de las diferencias por ubicación geográfica y, sobre
todo, cuanto de esta canasta debería ser cubierta por el salario de un
trabajador), hay que decir que la COB ha llevado adelante un ejercicio
importante, ya que algo que como sociedad desconocemos es cuánto y en qué gastamos
las familias bolivianas para vivir.
Y aquí empiezan las confusiones; ya que
aun cuando tenemos las herramientas para estimar este gasto (las encuestas de
hogares que lleva adelante el INE año a año), el gobierno suele contestar que
un incremento del salario mínimo a 8.300 Bs. es ilógico ya que la inflación ha
estado en X por ciento, mezclando (adrede al parecer) dos conceptos diferentes,
ya que mientras que la cifra de la inflación se estima en base a una canasta de
consumo que está hecha para medir las variaciones de los precios, pero que de
ninguna manera mide los niveles de consumo, el pedido de la COB se basa en una
estimación que agrega gasto.
En otras palabras, mientras el IPC mide en
cuanto ha aumentado el precio de la marraqueta en un año, el pedido de la COB
se basa en cuantas marraquetas consume una familia en un mes. Ambos conceptos,
aunque diferentes, son complementarios (algo que sugiere la OIT), ya que el
salario debería poder cubrir lo mínimo necesario para que las familias
subsistan, ser revisado cada cierto tiempo para evitar una pérdida de su poder
adquisitivo (es decir, incrementado en base a la inflación) y ajustarse también
por las variaciones en la productividad.
Este último punto, aunque les parezca
“neoliberal” a varias autoridades de Estado, puede ser bastante beneficioso
para los trabajadores, ya que es innegable que en todo trabajo existe un
proceso de aprendizaje, que lleva a un incremento en la productividad y que, si
se permitiera una negociación entre empleadores y trabajadores, podría ser
reconocido en cada unidad productiva.
El problema es que el Gobierno no tiene
claro lo que es una política de desarrollo (que va más allá de la agenda 2025),
que a su vez incluye una política laboral, de la cual, la política salarial es
solo una parte. Esto es consecuencia de la centralización de la planificación
económica en torno al Ministerio de Economía, lo que excede sus funciones y
capacidades, ya que mientras que para mantener las cuentas fiscales sanas se
requiere un criterio básicamente contable, la generación de empleo de calidad y
la diversificación económica requieren de habilidades que no se encuentran en
esa cartera.
Por eso, no es de extrañar el fuerte
énfasis que se le han dado a indicadores como el de crecimiento (PIB) y que
poco tienen que ver con la calidad de vida, el bienestar o el desarrollo de una
economía; o la confusión que se tiene en torno a la fijación del tipo de cambio
con el concepto de estabilidad económica o un buen clima para la inversión. Peor
aun, tenemos a autoridades que hablan de la ingesta de calorías como un
indicador de la calidad del salario, cuando hoy sabemos que las calorías son
baratas (grasas, azucares y harinas por ejemplo), mientras que los nutrientes
son caros (proteínas, frutas y verduras), y por lo tanto, el sobrepeso es un
indicador de pobreza más que de abundancia (contrariamente a lo que piensan
nuestras autoridades).
Seguramente llegaremos al 1 de mayo, como todos los
años, con una cifra dictada desde el Ministerio de Economía en base a un
criterio contable, sin embargo, y aunque es bueno que tengamos a un campeón en
el manejo de la política fiscal, gracias a la ortodoxia con la que se maneja,
llevar adelante una política económica integral, donde se incluya, por ejemplo,
una política de diversificación productiva, con generación de empleo digno, innovación y post-rentista,
exige más que ortodoxia, es un proceso de descubrimiento que requiere
creatividad y coordinación con el sector privado (que comprende a las empresas
y trabajadores), algo que claramente falta.
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