La (i) responsabilidad intertemporal con la educación.
La educación cuesta y la buena
educación cuesta aun mas, esta es una realidad que es transversal al mundo
entero y esta realidad hace que la educación pública (que no implica que sea
gratuita) tenga una función extra: ayudar a reducir las diferencias entre ricos
y pobres, pero no las que existen hoy, sino las que podrían existir en las
generaciones futuras. Por eso, cuando se habla de una reforma educativa,
también se habla del futuro de la redistribución de la riqueza.
Me explico, más allá de que
exista una curricula y un plan educativo “uniforme” en todo el país, aquellos
que pueden pagar más por la educación de sus hijos, obtendrán más. Los hijos de
estas personas podrán acceder a mayor atención de sus profesores (cursos con
menos estudiantes), usar mejores herramientas para aprender (desde un libro en
mejores condiciones hasta la última tecnología que usted imagine),
desenvolverse en un entorno más competitivo (en el que, por ejemplo, la
prioridad de sus compañeros no es obtener un ingreso diario) y construir
mejores relaciones sociales, entre otras cosas.
Si a esto usted le agrega un
Estado débil, que difícilmente puede llevar adelante una reforma estructural de
la educación pública, con problemas que van desde actitudes corporativas de los
profesores (que los lleva a actuar más como un sindicato avocado a proteger sus
beneficios y privilegios que como profesores dedicados a la formación) hasta
deficiencias en la propia difusión de los “nuevos” contenidos que se quiere
aplicar, tenemos dos problemas. El primero, en el corto plazo, relacionado a la
conflictividad social que este entretejido de deficiencias va a despertar y
donde los costos políticos y económicos los asume esta generación: usted, yo,
las autoridades actuales y obviamente todos (si, todos) los estudiantes de hoy.
El segundo problema es algo más
difícil de medir, pero cuyos afectados son mucho más fáciles de identificar: en
alguna medida son los hijos de los ricos de hoy, que recibirán una educación de
menor calidad, comparada con el resto del mundo, pero fundamentalmente son los
hijos de los pobres de hoy, que con total seguridad recibirán una peor educación,
respecto de todos los demás, lo que significa que serán una generación menos
productiva y por lo tanto ¡más pobre! La situación es aun peor si se pone usted
a pensar que las familias con mejores ingresos pueden llegar a mitigar los
efectos negativos de una mala reforma educacional. Al fin y al cabo mientras
mejor “acomodada” este la familia, mejores oportunidades tienen los hijos de
aprovechar su propia educación, por lo que el gasto en educación es más bien
una inversión.
Para las familias pobres la
situación es diferente, ante la debilidad institucional (que engloba muchos
factores más que la mera intervención del Estado) y la falta de seriedad para
con la educación, cualquier esfuerzo que hagan las familias pobres para obtener
mejor educación normalmente no se replica en mejores retornos en la futura vida
laboral de los estudiantes de hoy. Esto deriva en lo que los economistas,
pomposamente llamamos, circulo de reproducción
intergeneracional de la pobreza, o en otras palabras, que los hijos de los
ricos terminen siendo ricos y claro, que los hijos de los pobres terminen
siendo pobres.
En este contexto, y reconociendo
la necesidad de inclusión, ciudadanía y equidad que tiene Bolivia, solo el
tiempo podrá decir si la reforma educativa que se esta encarando hoy por hoy,
toma en cuenta la importancia que tiene la educación en la reducción de la
desigualdad de una sociedad, o solamente contempla las necesidades políticas y
discursivas de corto plazo. Por ahora la falta de organización y seriedad con
la que parece haber arrancado no es un muy buen augurio.
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